miércoles, 15 de octubre de 2008



“Un Cuento del Sol”





Hace mucho tiempo, cuando existía la oscuridad, la nada, el vacío, Dios, con todo su poder, modificó esta situación y con sólo una frase cambió las circunstancias: “¡Hágase la luz!”. Y así, apareció el astro rey, el Sol, como majestad que cada día permite vislumbrar la existencia.
A lo largo de su vida el Sol vio como iban apareciendo en el mundo cada una de las maravillas que se encontraban sobre la faz de la tierra y a una por una les entregaba la luz que se le había conferido por su función de ser el astro del día.
Pero un día cuando el Sol se levantaba de madrugada vio maravillado e incluso sorprendido un gran acontecimiento. Mientras pasaba con su luz a través de un pequeño cuarto encontró una gran maravilla: una niña. Y se dio cuenta de que esta niña no era como nada ni nadie que hubiera visto antes ya que el calor que le proporcionaba hacía que la niña se moviera de lado a lado acurrucándose en su cuna.
El Sol entonces decidió alumbrar y confortar a aquella pequeña y convertirla en su más grande tesoro prometiéndose que todos los días iría temprano para poder ver por la ventana y despertarle con su haz de luz a su pequeña.

Con el paso del tiempo, la niña fue creciendo, y día a día el Sol salió para poder alegrar la mañana de la chiquilla; aunque se presentaran las nubes a tratar de evitar que se mostrara, siempre el Sol lograba su objetivo, no importa que sólo fuera un pequeño momento porque él siempre quiso verla. Por eso, un día, tomó la iniciativa y buscó la forma para poder también platicar y estar un rato con ella, en un momento especial. Y recordó aquel día tan especial que fue el primero que la vio y espero para ese aniversario.


Entonces, esa mañana dejó un pequeño recado a través de un rayito de luz en la almohada de la pequeña que decía:


“Felicidades, nos vemos al atardecer por el occidente”.
La pequeña llena de sorpresa por esta felicitación tomó el mensaje y esperó todo el día tratando de comprenderlo y tuvo la idea de esperar a su admirador en casa hasta el atardecer.
La hora se acercaba y ya casi al momento del atardecer la pequeña ya estaba impaciente para su cita. Fue a su ventana y miró hacia el poniente a divisar el atardecer, en el momento de su encuentro con su cita. Y ahí, en ese punto mágico, volteó y vio al Sol, como un regalo en aquella fecha tan especial tanto para ella como para él, entregándose a través de la gama de amarillos y carmines que circundaban el manto estelar al caer del día en los rayos del sol.
De pronto, al cumplirse el clímax del atardecer, tocaron la puerta y presurosa fue a ver quien era. Posiblemente su cita. A los pies de la puerta se encontraba otro mensaje, escrito en letras resplandecientes al leer. Decía lo siguiente:

“Pequeña:
Este es un día muy especial, por eso quería verte y te he estado observando desde el inicio de este día, contemplando lo grande que eres en todo tu ser.
Aunque sólo eres una pequeña has sido capaz de alumbrar mi ser y de darme cuenta que eres más grande que yo.
Mi grandeza se muestra únicamente en la gran cantidad de explosiones nucleares que permiten que mi calor y mi luz lleguen a toda la humanidad. Tu grandeza está en tu corazón, aquél que vi ese primer día, aquel día de mi primer encuentro contigo.
Te quiero dar una gran felicitación por este día tan especial, pero sobre todo darte las gracias por este tiempo de compañía en el cual te he podido compartir un poco de lo que soy a través de mi ser.
Pero sólo te pido un gran favor: no te olvides de mí. Recuerda que siempre voy a estar ahí contigo y para ti. No importa el momento, ni siquiera la noche, ya que siempre saldré después yo para poder acompañarte y darle alegría a tu día.
Muchas felicidades.


Con todo mi cariño:
El Sol”


7 de septiembre de 2007

1 comentario:

BigO dijo...

manda mis mas sinceras felicitaciones al escritor de dicho cuento la verdad..... ufff
muy bueno

prima te quiero un chingo me cae
animo sabes que uentas conmigo para todo